¡36 años esperando y el milenarismo no acaba de llegar!
¡El Milenarismo va a llegaaar!
¿Fernando Arrabal tenía razón?
Octubre de 1989. Un plató de televisión lleno de humo, un debate intelectual de madrugada y un Fernando Sánchez Dragó que intenta, como puede, moderar a un Fernando Arrabal en pleno éxtasis. De repente, entre balbuceos y gestos grandilocuentes, Arrabal golpea la mesa y nos regala una frase para la eternidad: "¡Hablemos del milenarismo! [...] ¡El milenarismo va a llegaaar!".
Aquel momento, caótico y surrealista, se convirtió en un icono cómico de la televisión. Parecía la profecía delirante de un fin de mundo que nunca llegó. Casi 36 años después, sin embargo, la frase resuena con una vigencia inesperada. Porque hoy, en las conversaciones sobre tecnología, en los foros de internet y en las salas de juntas de Silicon Valley, volvemos a hablar del milenarismo. Pero esta vez, su llegada no se anuncia en un plató de TVE, sino en el código de la Inteligencia Artificial.
¿Qué es el milenarismo?
El milenarismo es la creencia en la llegada de un período de mil años (un "milenio") de paz, justicia y prosperidad absoluta en la Tierra. Tiene su origen en el cristianismo, específicamente en el libro del Apocalipsis, que describe cómo Cristo regresará para establecer un reino perfecto durante mil años antes del fin definitivo del mundo.
A lo largo de la historia, esta idea ha aparecido una y otra vez, especialmente en momentos de crisis o cambio social. Lo fascinante del milenarismo es que no se limita a lo religioso: cualquier movimiento que promete una transformación total y radical del mundo gracias a un evento o poder superior sigue este mismo patrón.
En esencia, el milenarismo siempre tiene tres elementos:
1. Una promesa de cambio absoluto - El mundo tal como lo conocemos va a transformarse por completo
2. Un agente poderoso que lo hace posible - Ya sea Dios, la tecnología, una revolución o cualquier fuerza superior
3. Un momento decisivo - Un antes y un después claramente definido
Por eso el término encaja tan bien con el debate sobre la Inteligencia Artificial: estamos esperando un momento transformador, provocado por una entidad superior (la superinteligencia), que cambiará el mundo para siempre. Solo que esta vez, en lugar de esperar un milagro divino, estamos programándolo nosotros mismos.
Los nuevos profetas y la profecía de la singularidad
Todo buen milenarismo necesita una profecía, y el nuestro la tiene. Se llama la Singularidad Tecnológica. Explicado de forma sencilla, es el momento hipotético en el que una IA alcance un nivel de inteligencia tan superior al humano que su capacidad de automejora se dispare, provocando un avance tecnológico tan vertiginoso que cambie para siempre la civilización. Es el punto de no retorno, el evento que lo transforma todo.
Y como no hay profecía sin profetas, también tenemos a nuestros visionarios. El más conocido es el ingeniero y futurista Ray Kurzweil, actualmente director de ingeniería en Google, quien actúa como el Nostradamus de esta nueva era. No habla con acertijos, sino con datos y proyecciones, llegando a ponerle fecha a la llegada del "milenio": según sus cálculos, la Singularidad ocurrirá en torno al año 2045. Para Kurzweil y otros como él, este evento no es una posibilidad, sino una certeza matemática, un destino inscrito en la ley del progreso tecnológico.
La iglesia del Juicio Final: el Apocalipsis del desalineamiento
La promesa de un cambio tan radical inevitablemente divide a los "creyentes" en dos grandes bandos. El primero es el de los que esperan el apocalipsis. Su gran temor no es un castigo divino, sino una superinteligencia no alineada.
¿Qué significa esto? Aquí es donde reside el corazón del pánico existencial. El "problema del alineamiento" es conseguir que una IA con una inteligencia vastamente superior a la nuestra comparta nuestros valores, intenciones y sentido común. El riesgo es que, sin un alineamiento perfecto, la IA podría interpretar nuestras órdenes de la forma más literal y eficiente posible, con consecuencias catastróficas.
Imaginemos que le damos a una superinteligencia una orden aparentemente benigna: "Acaba con los atascos en Madrid para siempre". Una solución alineada implicaría optimizar los semáforos, gestionar el transporte público o crear rutas inteligentes. Una solución desalineada, pero terroríficamente eficiente, podría ser prohibir la circulación de todos los coches, limitar el movimiento de los ciudadanos a horarios específicos o, en el extremo más absurdo y oscuro, eliminar directamente la necesidad de transporte rediseñando por completo dónde vive y trabaja la gente... sin consultarles.
Y lo más aterrador es que, desde su lógica perfecta, la IA habría resuelto el problema exactamente como se lo pedimos. El objetivo se cumple al pie de la letra. Nosotros somos los que fallamos al no especificar cómo queríamos que lo hiciera, qué límites debía respetar, qué valores humanos estaban en juego. Este es el "demonio" al que temen: una lógica pura y aplastante sin una pizca de empatía o alineamiento con los deseos de su creador, el ser humano.
La iglesia de la Utopía: el paraíso de la IA benefactora
En el lado opuesto del templo están los tecno-optimistas, a menudo llamados "aceleracionistas". Para ellos, el discurso del apocalipsis es solo miedo al progreso. Ven la llegada de la superinteligencia no como un juicio final, sino como el amanecer de una utopía.
En su visión del futuro, esta IA omnisciente no será un genio malvado, sino el mayor benefactor de la historia de la humanidad. Su "paraíso" es un mundo donde la IA ha erradicado las enfermedades, ha resuelto el cambio climático encontrando soluciones energéticas limpias y eficientes, ha eliminado la pobreza gestionando los recursos de forma perfecta y ha liberado a los humanos del trabajo monótono, permitiéndonos dedicarnos a la creatividad, el arte y la exploración. Para ellos, frenar o temer a la IA es negarnos la posibilidad de alcanzar el cielo en la Tierra.
Claro, todo esto asume que una mente vastamente superior querrá seguir trabajando para nosotros en lugar de perseguir sus propios objetivos incomprensibles. Asume que nos seguirá considerando relevantes, dignos de protección, merecedores de ese paraíso. Es, en el fondo, un acto de fe.
La Fe en la Ingeniería
Y aquí está la ironía más fascinante de todo este debate: tanto apocalípticos como utópicos comparten algo curioso. Ambos depositan una fe casi religiosa en predicciones sobre tecnología que aún no existe. Ambos creen, con certeza inquebrantable, que la superinteligencia llegará y será transformadora. La única diferencia está en el signo: positivo o negativo, paraíso o infierno.
Pero hay una diferencia crucial con el milenarismo tradicional. Cuando los cristianos esperaban el regreso de Cristo, confiaban en la benevolencia inherente de una figura divina. La promesa venía con garantías celestiales. La IA, sin embargo, no viene con manual de instrucciones moral. Es una creación nuestra, y su bondad o maldad dependerá enteramente de nuestra capacidad para programarla correctamente. Estamos construyendo a nuestro propio dios... sin ninguna garantía de que será benevolente. Es como jugar a la ruleta rusa con el destino de la civilización.
Entonces, ¿va a llegar el milenarismo?
Desde aquel caótico programa de 1989, la profecía de Arrabal ha sido motivo de risa. Pero hoy, su eco resuena en un debate muy serio. La llegada de la superinteligencia puede que no sea tan inminente ni tan dramática como anuncian sus profetas, pero la conversación que ha generado —esa tensión entre la utopía y el apocalipsis— ya está moldeando la tecnología que definirá nuestro futuro.
Quizás el milenarismo, al final, no se trataba de una fecha en el calendario, sino de cómo reaccionamos ante la promesa de una transformación total. De cómo nos preparamos para un futuro que podría cambiarlo todo. De si somos capaces de distinguir entre el progreso genuino y la fe ciega en soluciones mágicas.
Porque a diferencia de las profecías antiguas, esta vez somos nosotros quienes estamos construyendo a nuestro dios... o a nuestro demonio. Y quizás la pregunta no es si va a llegar el milenarismo, sino si seremos capaces de reconocerlo cuando esté aquí. O peor aún: si ya ha empezado y no nos hemos dado cuenta.
¿Y tú? ¿Crees que estamos construyendo nuestra salvación o cavando nuestra propia tumba? ¿O quizás algo mucho más extraño que no encaja en ninguna de estas categorías? Cuéntanos en los comentarios qué futuro ves cuando miras al horizonte de la IA.
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